JUICIO UNIVERSAL
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    Al final de los tiempos habrá un Juicio para todos los hombres, buenos y malos y Dios dará, como Juez Supremo la sanción definitiva a todas su criaturas.
    Pero ¿qué es ese juicio y qué significa esa sentencia? No hay que entender este misterioso Juicio final con fórmulas, figuras, expresiones o representa­ciones demasiado antropomórficas: tribunal, acusación, defensa, declaración de culpas o méri­tos, testigos, sentencias, penas o san­ciones, aceptación de las mismas.
   Con este lenguaje pormenorizado actuaron muchos escritores y predicadores en los tiempos medievales y ante auditorios impresionables por la realidad sociológica en que se movieron.
   Pero entender a Jesús como "un juez sentado en un tribunal", que inicia y de­sarrolla una "sesión judicial" espectacular ante todos los hombres reunidos en el "valle de Josafat" (Joel 3.2), el descubrir y publicar ante todos los pecados más ocultos de los reos o el juzgar con pruebas favorables o contrarias, es entrar en el juego de lo espaciotemporal de la fantasía. Ello significa caer en los modelos antropomórficos de las religiones más primitivas, dominadas por lo fantástico y lo simbólico.
   Aunque no se pueda representar figurativamente, no cabe duda de que la acción judicial será clara, perfecta y contundente. Se podrá interpretar de diversa forma, pero la Escritura y la Tradición son unánimes al respecto.
 
   1. Sentido cristocéntrico

   El pensamiento cristiano es claro sobre la misión judicial de Cristo en cuanto Dios-hombre, es decir en cuanto Dios encarnado en el hombre, por su supre­macía infinita, y en cuanto hombre en el que se halla el Verbo divino, Segunda persona de la Santísima Trinidad, por su dignidad humana divinizada.
    La idea del Juicio Universal alude al encumbramiento de Jesu­cristo, Dios y hombre, "que, siendo de condición divina, no tuvo por rapiña el ser igual a Dios, sino que se despojó de su grandeza y tomo la condición de esclavo... Por ello Dios lo exaltó y le dio el nombre que está por encima de todo nombre, para que ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en el infierno y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre."  (Filip. 2.6-11)
    Al encumbramiento de la humanidad por su unión hipostática con la divinidad, se vinculan todos los derechos divinos y por lo tanto la supremacía expresa en su "poder de juzgar a vivos y muertos". Así, pues, esa doble naturaleza de Jesús en su unidad de Persona es la que recibe la dignidad de ser Juez sobre sus criaturas, entendiendo por juicio la capacidad para discernir entre el bien y el mal en ellas.
   San Pablo y San Juan serán los que mÁs resalten esta dignidad judicial de Cristo. Y la consideran como la pantalla en que se refleja su misteriosa grandeza divina encerrada en la criatura humana. Ambos Apóstoles, en sus escritos, propio o atribuidos, expresan con clari­dad meridiana la consideración soteriológica de que, si El ha venido a salvarnos, El será misericordioso y justo, benevolente y recto, en sus juicios divinos.
    Es una verdad evidente esa elevación de Cristo Jesús a la categoría de Juez supremo. Es doctrina de fe, insistentemente aludida en la Escritura, en la Tradición y en las enseñanzas del Magisterio eclesial. Por lo tanto se presupone con claridad la existencia de ese Juicio universal a cargo del Hombre Dios, Jesucristo.
   Todos los símbolos de fe lo confiesan, comenzando por el llamado apostólico: "Vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos", es decir, a todos. Unos comentaristas antiguos entendieron tal expresión en sentido realista, como alusión a los que vivan cuando Él venga, que serán algunos, y a todos los que hayan muerto anteriormente, que serán los más. Algunos prefirieron la interpretación simbólica: a justos y a pecadores.

    2. Juicio en la Escritura
 
   La doctrina del Antiguo Testamento sobre el juicio futuro muestra una progresiva evolución. El libro de la Sabiduría es el primero que enseña con toda claridad la verdad de ese juicio general, colectivo y total sobre justos e injustos que tendrá lugar al fin de los tiempos. (Sab. 4 y 20; 5. 24)
   Los profetas anunciaron a menudo un juicio punitivo de Dios sobre este mundo, designándolo con el nombre de "el día de Yahvé". En ese día Dios juzgará a los pueblos gentílicos y librará a Israel de las manos de sus enemigos: Joel 3.2; Mal 4. 1. Y no sólo serán juzgados y castigados los gentiles, sino también los impíos que vivan en Israel: Am. 5. 15. 20. Se realizará una separación entre justos y pecadores, entre los que cumplieron la Ley en vida y los que vivieron al margen de ella o en su contra: Salm. 1. 5; Prov. 5. 2; 21 5; Is. 66. 15.
   En el Nuevo Testamento se recoge el sentido profético del Antiguo Testamento. Vemos cómo se alude a Jesús con frecuencia en cuanto Señor, dueño del sábado, enviado de Dios, profeta poderoso en obras y palabras. Se le presenta como juez y hasta 13 veces Jesús hace referencia a su poder de juzgar.
   Pasan de 250 las veces que en los 27 libros del Nuevo Testamento se recoge las palabras "juzgar o juicio" (familia se­mántica de "krino", juzgo) adoptando unas veces la idea de dictaminar y en otras ocasiones la de senten­ciar, zanjar, condenar. Y se expresa a menudo su poder de juzgar como rasgo de su predicación, haciendo referencia explícita al "día del juicio" o "al juicio": Mt. 7. 22; 11. 22 y 24; 12. 36 y 41.
    Detrás de todas esas referencias se mueve la idea de alguien que tiene dere­cho y poder de emitir sentencia, juicio, opinión o valoración. Así se le presenta con frecuencia a Jesús. Y Él mismo, en su calidad de "Hijo del hombre" (Mesías), será quien juzgue: "El Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces dará a cada uno según sus obras" (Mt. 16. 27). Se presente ese poder con un don, una delegación, una "recompensa divina": "El Padre no juzga a nadie, sino que ha entregado al Hijo todo el poder de juzgar, para que todos honren al Hijo como honran al Padre... Y le dio poder de juzgar, por cuanto Él es el Hijo del hombre." (Jn. 5. 22 y 27).
    Los Apóstoles recogieron, entendieron y predicaron esta doctrina de Jesús. San Pedro da testimonio de que Jesucristo ha recibido ese poder de Dios: "Ha sido instituido por Dios juez de vivos y muertos": Hech. 10. 42; 1 Petr. 4. 5:
    San Pablo dice en su discurso de Atenas: "Dios ha establecido un día en que va a juzgar por medio de un hombre elegido por El, a quien ha acreditado ante todos los hombres, resucitándolo de entre los muertos." (Hech. 17. 31). Y escribe en sus cartas que "Dios juzgará con justicia al orbe por medio de Jesucristo": Rom. 2. 5-16; 2 Cor. 5. 10. Por eso llama al día del Juicio "el día de Jesucristo": Filip. 1. 6; 1 Cor. 1. 8; 5. 5; 2 Tim. 4. 1. Precisamente por ello los cristianos tienen que ser caritativos al juzgar a sus prójimos: Rom. 14. 10-12; 1 Cor. 4. 5); y deben sufrir con paciencia y esperanza las adversidades y persecuciones de la vida: 2 Tes. 1. 5-10. San Juan describe el juicio al estilo de una rendición de cuentas sobre la caridad con los pobres y necesitados (Mt. 26. 31-46) y presenta la sentencia como premio. Habla de una sola pauta, que es la fideli­dad a lo que Dios espera de cada uno: Apoc. 20. 10-15.

    3. Juicio y Tradición

    El misterio, la doctrina y la enseñanza acerca del Juicio Universal ha estado muy presente en los escritores cristianos de todos los tiempos, mucho más que lo relativo al Juicio particular.
   Fueron muchos los escritores que resaltaron el rasgo misterioso y amenazante de esa realidad. La Epístola de Bernabé (7. 2) y la Epístola de Clemente Romano (1. 1), que figuran como los más primitivos escritos junto con la Didajé o Doctrina de los Doce Apóstoles (cap. 17), llaman insistentemente a Cristo el "Juez de vivos y muertos."
   San Policarpo escribía: "Todo aquel que niegue la resurrección y el juicio es hijo predilecto de Satanás". (Fil. 7. 1) San Agustín enseñó la verdadera clave, la evangélica, del sentido de ese juicio: "Todo lo que hacen los hombres se registra, aunque ellos no lo sepan. el día en que "Dios no se callará" (Salm 50.3) se volverá hacia los malos y dirá: Yo había colocado en la tierra a los pobres para vosotros. Yo gobernaba en el cielo ala derecha del Padre, pero en la tierra los pobres tenían hambre. Si hubierais dado algo a los pobres, hubiera subido a la cabeza. Eran los mensajeros de las buenas obras. Como no depositasteis nada en ellos, no poseéis nada en Mí." (Serm. 18. 4.)
    Esta idea de la relación entre obras de caridad y juicio final de los hombres estuvo clavada en la mente de la mayor parte de los escritos antiguos.


 
 
 

 

   

 

   4. Rasgos del Juicio universal

   Jesús ofrece un anuncio del juicio universal en su misteriosa descrip­ción del final del tiempo: Mt  24. 39-41; Mc. 13. 24-27; Lc. 21. 26-30. Pero luego presenta una espectacular cuadro de la temática del juicio. Esta se centrará "en exclusiva" en cuestiones de misericordia con los más necesitados: hambrientos, sedientos, desnudos, peregrinos... Será, pues, un juicio sobre el amor.

    Los buenos y los malos, los misericordiosos con el prójimo y los de entrañas duras, serán separa­dos definitivamente. Entonces los "cabritos y las ovejas"... serán colocados "a la izquierda y a la derecha del Juez." (Mt. 25.­33). El porqué a la derecha o a la izquierda es complejo el explicarlo. Habría que recorrer las 87 veces en que se habla en el Antiguo Testamento de la derecha como más selecta que la izquierda y las 69 en que se hace lo mismo en el Nuevo Testamento, para entender este rasgo posicional. En todo caso, hay una resonancia profética en esa preferencia.
    Es una resonancia discutible, pero real: Is. 41.10 y 45. 1; Num. 20. 17; Lam. 2.4. Se hace clara y persistente en los Salmos: 17.36; 39.14; 138.10... entre otros 34 textos similares.
   El decorado antropomórfico del Juicio universal será equivalente a las descrip­ciones de los Profetas antiguos: Dan. 33. 2; Zac. 14.5; Ez. 34.17; Is. 58.
   Pero será un Juicio claro, público, transparente y contundente. Los datos serán tan indiscutibles que más que nadie podrá contradecir la sentencia.
   La ascética cristiana, de los tiempos patrísticos y de los medievales sobre todo se encargará de etiquetar ese acontecimiento con términos sobrecogedores: Dies ire, dies illa...
   Los mismos sentenciados se admirarán con temor o con amor sobre la sentencia recibida. Preguntarán. “¿Cuándo, Señor, hicimos o no hicimos eso contigo?.. Cada vez que no lo hicisteis con uno de estos pequeños, conmigo dejasteis de hacerlo." (Mt. 25. 45)
   Al juicio seguirá inmediatamente la aplicación de la sentencia: "Éstos [los malos] irán al suplicio eterno... y los justos a la vida eterna". (Mt. 25. 46)
   En muchos pasajes bíblicos, se afirma expresamente que Cristo, el Hijo del hombre, es quien ha de juzgar al mundo. Pero hay otros muchos que aseguran que Dios será el juez del mundo: Rom. 2. 6 y 16; 3. 6; 14. 10. No hay contradicción entre ambas formar de afirmar el Juicio. En una ocasiones se afirma que es Dios por si mismo; en las otras, que es por medio de Cristo. Por eso dice S. Pablo: "Dios juz­ga­rá lo oculto de los hombres por medio de Jesucristo": Rom. 2. 16. Y en otros lugares se afirma lo mismo con nitidez meridiana: Jn. 5. 30; Hech. 17. 31.
   En alguna ocasión se recuerda que también los ángeles colaborarán en el juicio como servidores y mensajeros de Cristo; Mt. 13, 41 y 49; Mt. 24. 31.
   En otras ocasiones se dice que serán los mismos seguidores del Señor quienes ejercerán el poder judicial con todos los hombres: "Vo­sotros os sentaréis sobre doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel." (Mt. 19, 28)
   Son formas de hablar, detrás de las cuales se halla una expresión de la grandeza de los que siguen a Jesús y de la dignidad maravillosa que poseen quienes han sido elegidos y se mantienen fieles: “¿No sabéis que los santos han de juzgar al mundo?" (1 Cor. 6. 2)
   La vida entera del hombre será objeto de juicio y sentencia: para castigo una veces: "Toda palabra ociosa." (Mt. 16, 27; 12, 36); para premio en ocasiones: "Un vaso de agua dado en mi nombre no quedará sin recompensa." (Mc. 9.40).
   Inclu­so las cosas más ocul­tas y los propósitos del corazón más recónditos entrarán en el contexto del juicio. Lo dice S. Pablo: Rom. 2. 16; 1 Cor. 4. 5.

   5. Resultado del juicio

   Desconocemos el tiem­po y el lugar en que se celebrará el juicio (Mc. 13. 32). No sabemos muchas cosas relacionadas con él. Pero no podemos dudar de que es la expresión del triunfo final de Jesús. Para quienes acusan a la religión cristiana de ser la exaltación de un crucificado y por lo tanto la expresión de un fracaso vergonzoso (Nietzsche... Feuer­bach...) la dimensión del juicio se les presenta como un rasgo psicopatológico.
    Pero los que asumen el misterio grandioso de la Cruz, comprenden que este dogma refleja la grandeza del triunfo final de Jesús, no a la forma humana, sino bajo el prisma de la supremacía divina.
   Entonces entenderán aquello de que "cuando sea levantado en alto, entonces todo lo atraeré hacia Mí." (Jn. 12.32)
   El Juicio Universal, pues, servirá para glorificación de Dios y de Jesu­cristo (2 Tes. 1. 10). Se verá con claridad la sabiduría de Dios en el gobierno del mundo, su bondad y paciencia con los pecadores, su corazón misericordioso. No tiene sentido dar sentido de venganza contra el mal a eso que se espera venidero. Es preferible  insistir en su dimensión del triunfo de la misericordia divina.
    La glorificación del DiosHombre alcanzará su punto culminante en el ejercicio de su potestad judicial sobre el universo. El juicio particular habla sólo del  individuo. El juicio universal vuelve la visión sobre toda la humanidad
   Será el triunfo y el premio del bien y no la venganza sobre el mal. La dimensión positiva, no negativa, es la clave para entender el juicio.

  6. Catequesis  y Juicio universal

   Los criterios que deben orientar la presentación catequística del Juicio Final deben ser adecuados a cada edad y a cada situación religiosa de los destinatarios. En todo caso siempre convienen algunas pistas:

Hay que resaltar la misericordia divina y no la espectacularidad de la venganza sobre los malvados. Hay que superar en los tiempos actuales una visión cinematográfica, al estilo de la que late en la Capilla Sixtina con el cuadro sobrecogedor de Miguel Angel o en los Himnos litúrgicos antiguos, al modo del Dies Irae

 

 

      - La dimensión evangélica de la cari­dad, muy superior a las perspectivas de justicia divina reflejada en los Profetas del Antiguo Testamento, es lo que nos hará presentar el Juicio como un Triunfo de Cristo y no como "arreglo de cuen­tas." Es decisivo hablar más de los premios de los justos que de los castigos de los malos.
      - Con alumnos mayores se puede ofrecer razones sobre la Justicia divina, imprescindible para entender el misterio del bien y del mal. Con niños pequeños hay que ser más prudentes y moderados y hablar sólo del bien y del premio.
   - Conviene recordar que el hombre de hoy vive mucho del presente, poco del pasado y nada del futuro. El Juicio Final le dice muy poco ante las ofertas del presente. Sin embargo, no se debe ocultar su existencia y su realidad venidera.
    - Los textos evangélicos son la mejor línea catequística en la presentación de este tema tan desconcertante y misterioso. Entre estos textos, algunos son modélicos, como el del juicio del amor (Mt. 25. 31-46), el del poder de Jesús (Jn. 5. 28-29) y el del libro de la vida (Apoc. 20. 11-15). Pero ninguno es suficiente para entender lo que, en definitiva, es un misterio insondable que debe convertirse en llamada a la conversión y no en objeto de temor y temblor.
El Catecismo de la Iglesia Católica dice: "El mensaje del Juicio final es una llama­da a la conversión, mientras Dios da a los hombres todavía tiempo favorable, tiempo de salvación. Inspira el santo temor de Dios. Compromete para la justicia del Reino de Dios. Anun­cia la bienaventurada esperanza de la vuelta del Señor, que vendrá para ser glorificado en sus santos y admirado en los que hayan creído." (Nº 1041)


Día de ira, aquel día
en que se rompan las ataduras del mun­do,
según lo  avisó el testigo David.
Cuánto temor al futuro
cuando el Juez que ha de venir
se presente sin discusión.